

Creencia patriarcal: 8. El eterno silencio.
Mientras editábamos los relatos de los testimonios de las personas abusadas que hemos entrevistado, a menudo Sílvia Díez y yo nos sentíamos mal, nos quedábamos con mal cuerpo y entrábamos a conectar con nuestro propio dolor y trauma, con nuestra propia desorganización interna. De hecho, teníamos que parar cuando estábamos editando ciertas entrevistas: frío, temblores y dolores de cabeza eran algunos de nuestros síntomas. Y eso no siendo nosotras las que lo habíamos vivido.
A nuestros testimonios, en muchos casos, también les ha sido imposible sostener la realidad vivida, como por otra parte nos sucedió también a nosotras en varias ocasiones al leerlo. A pesar de los deseos de muchas de las personas afectadas de dar a conocer su historia para que ésta fuera útil o sirviera de ejemplo de superación a otras personas abusadas, a pesar de su inmensa necesidad de explicar lo vivido para integrarlo mejor y de sus ganas de encontrar una explicación a lo sucedido, en distintos casos ha habido finalmente una negativa a que se publicase la historia. Tras haber sido editada con un nombre falso, las personas encontraban resistencias en su entorno y eran presas del pánico a ser reconocidas, con lo que rechazaban finalmente la publicación de su relato.
Algunas negativas han resultado particularmente dolorosas para mí y para sus protagonistas, que entraban en contradicciones y cuya ambivalencia se ha mantenido hasta cuando el libro estaba terminado y a punto de entrar en imprenta. En otros la negativa no ha sido tan radical, pero sí se nos ha pedido omitir o cambiar buena parte de su relato original. Para algunas de las personas entrevistadas seguía siendo más importante proteger a su familia y a sus abusadores que su deseo de ser vistas y de que su dolor fuera acogido. Una de ellas, una vez editado su relato, nos confesó: «Yo solo podré contarlo públicamente cuando mi madre se muera, pero no antes». En el fondo estoy convencida de que pesaba el hecho de no tener permiso de su familia para hablar y el inmenso amor que cualquier hijo e hija mantiene a pesar de todo hacia sus padres. En otros casos había el problema de estar pendientes de sentencias judiciales después de que el abusado/a hubiera tenido el coraje de denunciar lo ocurrido, y temía que la publicación de su entrevista, aunque no se desvelara su identidad en el libro, pudiera interferir en el proceso judicial.
Muchas entrevistas que he hecho, y que no han visto la luz, han servido para que estas personas abusadas diesen un paso más en la integración de lo que habían vivido al tener la oportunidad de explicarlo en un entorno seguro, abierto y sin juicios. Sin embargo, la sorpresa ante su historia completa, con los detalles que ellos mismos habían explicado, con todo puesto negro sobre blanco, sin obviar la dureza de lo experimentado, acababa por llevarles a pedir que excluyéramos alguna parte de la misma o directamente se echaban para atrás. Se quedaban tan impactados que afloraban las emociones asociadas al trauma, como el miedo, el dolor y en algunos casos la vergüenza. Se hizo evidente el mecanismo de disociación que sufrían y su imposibilidad en muchas ocasiones para integrar completamente lo ocurrido.
Según un estudio de Save the Children, el 70 % de las personas que sufrieron abusos cuando eran niños aseguran que se lo contaron a alguien y, sin embargo, en la mayoría de ocasiones no pasó nada. No es extraño pues que se quede en la memoria inconsciente que explicar lo sucedido no ayuda en nada.
En resumen, el silencio sigue tapando este estiércol de nuestra sociedad, que no está preparada para confrontar la crueldad de estos hechos. Se protege a la sociedad antes que a las víctimas y, con la negación, se siguen propiciando los abusos sexuales. El eterno silencio deja el escándalo de lo que sucede bajo la alfombra. Como sociedad no estamos preparados todavía para ver; es una ceguera colectiva que alimentamos unos y otros. Es lo mismo que ocurre en las familias cuando el abusado se atreve a hablar. Nadie acoge su relato. Todo el mundo niega lo que le ha ocurrido y aduce, en muchos casos, que se lo inventa. Antes que aceptarlo o confrontarlo, se prefiere renegar del abusado. Seguramente algunos de nuestros entrevistados también temían la exclusión. Y así, a través del secreto, se perpetúan los abusos. Por otra parte, como narran nuestros entrevistados, el abusado, en muchas circunstancias, depende física y psicológicamente de la persona que abusa de él o ella.
Como dice Van der Kolk, «nadie quiere recordar un trauma. En este sentido nuestra sociedad no es diferente de las propias víctimas. Todos queremos vivir en un mundo seguro, manejable y previsible, y las víctimas nos recuerdan que eso no es siempre así».
MIREIA DARDER
Extracto de mi libro ‘La sociedad del abuso. 12 testimonios de abusos sexuales’ – Editorial Rigden-Institut Gestalt.
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